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LE DIERON LAS RIUMAS

Escrito por Adrián Arce Patrón en Jueves, 05 Marzo 2015. Publicado en Anécdota, Cuento, Literatura

El día que a Lucio Ramirez le dieron las riumas, se levantó como de costumbre a las cinco de la mañana, esa noche había tenido molestias en el oído izquierdo y no había podido dormir bien. Al levantarse, lo primero que hacia Lucio era poner agua para el café, mientras esta hervía, su esposa Socorro se levantaba a preparar el lonche que su marido llevaría a marea. Lucio siempre llevaba lonche para dos personas, porque desayunaba dos veces en marea, la primera después de dos o tres caídas, que casi siempre para alrededor de las ocho de la mañana las hacía y la segunda merienda la hacía poco antes de mediodía antes de la última caída. Mientras Socorro le servía una taza de café, Lucio, mentalmente le daba gracias a Dios por haber concluido una temporada más de abulón, por el dinero que había ganado. Recordó que gracias a los nuevos compradores extranjeros, habían pagado mejor el kilo de abulón, le había alcanzado para hacerle unas mejoras a la casa de Punta Eugenia, comprar un terreno en Bahía Tortugas para cuando sus hijos más chicos pasaran a la secundaria, había comprado un buen carro y  ahorrado un buen dinero para el sustento de José Luis, su hijo el mayor que se había ido a hacer la preparatoria en la ciudad de Ensenada. Mientras le daba otro sorbo a la taza de café caliente, se paró en la puerta de su casa y le echó una ojeada al charco como le decía él, vio que había buen tiempo, un poco de niebla, lo que le auguraba que el mar estaría tranquilo, al menos una buena parte de la mañana. Esa sería la última marea de la temporada, Lucio era de los buzos que más abulón sacaba año con año, aunque esa temporada y debido a problemas con sus oídos, que lo habían obligado a perderse varias mareas, Celedonio, Evaristo y Jesús lo habían aventajado en el tonelaje de final de temporada, pero Lucio a pesar de su fama de ser el mejor buzo de la cooperativa, no era ambicioso ni envidioso y en realidad poco le importaba quien sacara más, “con que nos vaya bien a todos y dios nos cuide” decía siempre que salía el tema de los que más abulón llevaban.  Se llegaron las seis de la mañana y el sol empezó a querer clarear en el horizonte, los nocturnos se fueron a dormir y las gaviotas empezaron a despertar. Para entonces ya se había tomado sus tres tazas de café, había ido al baño y se había puesto el pantalón, los calcetines y las botas de su traje rana, el lonche estaba listo, agarró su lonchera, su termo y el mochilón donde, tarde a tarde durante la temporada, guardaba la chamarra de buzo después que la descolgaba del tendedero, también allí guardaba el gorro y el visor. Partió rumbo a la playa, cuando los primeros rayos del sol trataban de abrirse paso entre la fresca niebla que había dejado la noche. Al pasar por la iglesia deja su mochila y lonchera afuera y se paró en la puerta, se persignó y entró a darla gracias a dios como era costumbre, así lo hacían todos los pescadores en el primer y último día de la temporada. Allí adentro se encontró con Salvador, otro buzo de la cooperativa. Ya una vez que cumplieron sus obligaciones religiosas y lo que les dictaba la fe se encaminaron rumbo a la playa, la cual estaba a unos 50 pasos de la iglesia.

Aquella mañana, cuando Lucio llegó a la playa y aspiró un suave olor a mar con algas frescas, nunca se imaginó que ese día le iba tocar a él. El fantasma de las riumas como le decían los pescadores, siempre rondaba a los buzos, ya habían perdido la vida varios a causa de este riesgo de trabajo. El último había sido Raúl Jordán de Isla de Cedros, hacía apenas un año de eso, como olvidar también a Gustavo Castro de isla Natividad o al mismo Fidel Aguilar, de allí de Punta Eugenia, que había fallecido cuatro años antes camino a Bahía Tortugas, cuando lo llevaban en la panga, porque por tierra, había que subir la cuesta de la sandía y eso ponía más en peligro a los reumáticos. Mientras se agachó para agarrar una poca de agua con la palma de la mano y echársela en la frente, Lucio, volteó a ver hacia su casa, que se miraba desde ese punto de la playa. Lucio nunca se imaginó que esa sería la última vez que miraría su casa, a su esposa e hijos, ¿Cómo podría saber lo que el destino la tenía preparado dentro de unas horas? A sus 36 años ya era un veterano en la buceada de abulón, aún estaba fuerte y sano. La primera vez que se puso el traje rana fue cuando tenía 16 años, lo llevaron a bucear cucaracha, para la carnada de la langosta y desde la primera caída supo que a eso se quería dedicar el resto de su vida. Siempre, a pesar de tener una vida tranquila, una buena mujer, una bonita familia, Lucio sentía que escapaba a otro mundo cada vez que andaba en el fondo del mar, muchas veces, ya sea durante la temporada de abulón o caracol, Lucio terminaba el trabajo pero se ponía a explorar el fondo marino, le apasionaba todo lo que allí encontraba y a pesar de que hacia esto, casi siempre era el primer buzo en completar la tarifa de abulón. Ese día, nublado, gris, el mar le cobraría factura a Lucio, las riumas salieron de su cueva marina en busca de su siguiente presa.

Cuando llegaron sus compañeros de equipo, Manuel y Susano, el bombero y el cabo de vida respectivamente, eran las 6:30 de la mañana y partieron rumbo a la leona, allí harían las primeras caídas y luego irían hacia el bajo de los hornitos donde casi nadie había hecho marea esa temporada, debido a lo profundo, pero Lucio les había dicho un día antes a Manuel y Chano que irían allá a terminar la temporada con una buena cuota de abulón azul.

Una vez en la leona, atrás del islote y relativamente cerca de la orilla, Lucio hizo una sola caída, estuvo casi una hora abajo y en ese lapso subió 4 jabas de abulón, por ser una zona relativamente baja no había mucho peligro en andar abajo tanto tiempo. Como era su costumbre, una vez que hubiera hecho una o dos caídas en la primera zona de la mañana, Lucio se aventaba su primer desayuno mientras cambiaban de rumbo. Harían cosa de 30 minutos hasta el bajo de los hornitos y en ese tiempo se comió sus tres burritos de machaca de mantarraya con una taza de café. Mientras iban rumbo al bajo, lucio sintió un piquete agudo en una rodilla, pero fue algo rápido asi que no le tomo importancia.

Para las ocho de la mañana cuando Lucio y sus compañeros emprendían la marcha hacia el bajo, los hijos de este, Javier y Lupita iban subiendo camino a la escuela junto con otros dos compañeros:

-allá va la panga de mi papa- dijo Lupita

-y no, es la de Celedonio- Dijo Javier

-no es cierto porque yo en la mañana que me asome pa la playa vi a Manuel con una chamarra anaranjada y allá se ve.

Lo cierto es que los otros 5 equipos que trabajaban en Punta Eugenia habían ido a hacer marea para arriba, unos a Puerto escondido, otros a la piedra negra, pero ninguna había agarrado para abajo.

Una vez que los niños se fueron a la escuela, Socorrito como era conocida en el campo, se fue a visitar a su mama y aprovecho para ayudarle a cocer un burro que había sacado su papa un día antes en una red tiburonera. Don Clemente que era el padre de Socorrito y suegro a su vez de Lucio trabajaba la langosta, pero como la temporada aún no empezaba estaba trabajando pescado y ese día había ido rumbo al bajo de los hornitos a revisar una red que tenía dos días sin verla.  Cuando el equipo abulonero capitaneado por Manuel llego al bajo de los hornitos vieron que andaban don Clemente y Cayetano levantando las redes, a unos 200 metros más o menos de donde hizo la primer caída Lucio.

Mientras lucio llegaba al fondo del mar que debían ser unas 13 brazas, pensó en su hijo José Luis, desde que estaba chico Lucio le decía que él tenía que estudiar una profesión, a José Luis le gustaba mucho el mar, ir de pesca con su papa, a las mareas de abulón o a la langosta con su abuelo Clemente y a Lucio eso le hacía temer que no tomara en serio los estudios. “tiene cabeza pa´ la escuela” pensaba Lucio. Cuando arrancó ese primer abulón de la enorme piedra que había en fondo y que se asemejaba a la proa de un barco, Lucio sintió un piquete en el codo izquierdo, agudo, pero rápido se le quito. A pesar de esas señales jamás se imaginó que el enemigo número uno de los buzos estaba por atacarlo. Siguió arrancando abulones a diestra y siniestra hasta que completo la primer jaba en unos cuantos minutos, pidió otra y mientras subían la primera y le llegaba la segunda, se puso a dar una vuelta alrededor de la piedra, para ir ubicando una buena güaca de abulón, en su caminata alrededor de la piedra, se acordó de Javier y Lupita de 9 y 7 años respectivamente. Trato de imaginarse que serían ellos de grandes, si estudiarían y se irían a vivir a la ciudad o se quedarían a hacer vida en el pueblo, volvió a pensar en José Luis que le había dicho antes de irse que cuando terminara la preparatoria quería estudiar para doctor, Lucio por un momento se llenó de orgullo al imaginarse a su hijo en una bata blanca atendiendo en su consultorio a sus pacientes. Pensó que valía la pena salir todos los días al mar a  darle duro al trabajo. Después que Lucio lleno tres jabas más ya había pasado una hora, justo cuando le llegaba otra jaba, la última había dicho, sintió un fuerte piquete en la cabeza, hasta entonces entendió que las punzadas que le habían dado no podían ser de otra cosa que las riumas. Como todos los buzos de la región, Lucio sabía que para evitar las riumas, después de andar un tiempo determinado abajo y en una profundidad considerable, tenían que subir un poco y estar colgado, luego otro poco, en pocas palabras se deberían de tardar lo mismo en subir que lo que habían andado abajo, pero al momento del fuerte piquete en la cabeza, Lucio se asustó mucho, a sus 36 años se sentía fuerte y joven, pero nunca había puesto a pensar en que a las riumas poco les importa tu edad y tu fortaleza. Después que amaino un poco el dolor agudo en la parte central superior de la cabeza, lucio se aflojo los plomos, los amarro rápida mente al cabo de la jaba, los soltó para que quedaran en el fondo del mar y se agarró  al cabo e intento subir de manera rápida pero sin salir con la velocidad que genera el traje rana sin plomos. Hasta ese momento Lucio no estaba en peligro de muerte, si él hubiera tenido un poco de paciencia o vaya, mejor dicho si no se hubiera asustado, una vez que hubo pasado el dolor, se debería haber subido unas dos brazas y quedarse unos 10 o 15 minutos o el tiempo que el considerara necesario, luego subir otras dos o tres brazas muy lentamente. Mientras hubiera hecho esto, les debería haber avisado a sus compañeros arriba en la panga, con la clave que había para estos caso, que consistía en pegar tres jalones seguidos, en tres ocasiones, esto significaba que el buzo había sentido síntomas de riumas y que tardaría en subir el tiempo que él considerara necesario. Pero la desesperación y un miedo que nunca había sentido en el fondo del mar, ni en tierra, se apodero de él, el miedo de dejar desamparados a sus hijos, el miedo de no verlos crecer, le dio miedo morir tan joven, Lucio subió en poco menos de cinco minutos, cuando faltaba un metro más o menos para tocar la panga Lucio sintió un fuerte dolor en los hombros y en la cabeza y al sentirse atacado por el enemigo del buzo se olvidó de todo, soltó el cabo y salió disparado hacia la superficie.

Mientras Lucio se enfrentaba a las riumas allá abajo, Manuel y Chano, platicaban de lo bien que les había ido en la temporada, alabaron un rato a Lucio por ser de los pocos que realmente sabía bucear en la profundo. Estuvieron contando chistes y anécdotas para pasar el rato, se fumaron sus respectivas dosis de cigarro con sus tazas de café, se comieron las últimas pitayitas de la temporada (como le decían a los abulones crudos, tasajeados y que se comían con limón y salsa). Poco antes que Lucio saliera disparado hacia la superficie habían pasado don Clemente y Cayetano ya de regreso a Punta Eugenia. Se detuvieron un poco allí con ellos, platicaron un rato mientras cada uno de ellos se fumaba un cigarro. Cuando la panga de don Clemente iba como a unos 200 metros  fue cuando de pronto y en medio de una pausa que habían hecho en su plática, Lucio salió a la superficie. Manuel estaba precisamente mirando en esa dirección, pensando que ya debía de ser la última jaba que sacarían, cuando vio la silueta negra que venía emergiendo, en una fracción de segundo pensó que era un lobo marino, cuando un destello de luz en el visor de Lucio le hizo darse cuenta que era su compañero, Lucio salió a la superficie, se quitó la boquilla del oxígeno, quiso decir algo y no pudo. Para entonces sus compañeros comprendieron rápidamente de que se trataba. Chano lo agarró de un brazo cuando Manuel hubo movido la panga un poco con los remos, lo subieron más rápido y fácil de lo que lo hubieran subido en condiciones normales, pero la adrenalina y el susto les dieron fuerzas sobre humanas.

-Ya valió, lo están chingando las riumas

-¡Agarra el cuchillo y córtale la chamarra!

Mientras Manuel echaba a andar el motor, Chano le cortaba la chamara de neopreno con un cuchillo chico, el mismo cuchillo con el que Lucio se hacía sus pitayitas de abulón cada tres días mientras duraba la temporada. Los compañeros de Lucio se empezaron a poner nerviosos, Manuel había escuchado que cuando le dieron las riumas a Gustavo Castro subió inconsciente y que esto significaba que se le habían subido al cerebro, que era cuando más peligrosas eran. Tenían por delante 35 minutos de camino y con la panga cargada con más de 100 kilos de abulón y el motor de 40 caballos ya no estaba en buenas condiciones, se les hizo eterno hasta que llegaron a Punta Eugenia, cuando pasaron por un lado del islote, vieron que estaban Clemente y Cayetano limpiando pescado. Cuando pasaron por un lado de ellos a unos 100 metros de la orilla, Manuel, les gritó sin detenerse que le habían pegado las riumas a Lucio. Inmediatamente dejaron lo que estaban haciendo, se desamarraron del muerto y le dieron para la orilla.  Cuando Manuel varó en la playa, hacía pocos minutos que había llegado Celedonio y sus compañeros Abelino y Simón, precisamente iban subiendo estos dos con la pirihuela la última sabucha de abulón, mientras Celedonio se enjuagaba con agua dulce ya sin la chamarra. Esta vez fu chano quien les gritó, Abelino y Simón dejaron la pirihuela y corrieron hacia la panga de Lucio, al llegar vieron que venía inconsciente, Abelino que estaba más informado de estos accidentes, fue el primero en darse cuenta:

-Ya viene muerto- dijo ante el asombro de todos los demás

Chano agarró a Lucio de la nuca y lo levanto un poco

-¡Lucio!, ¡Lucio!, ¡Lucio! - Le hablaba mientras una lágrima traicionaba al fiel cabo de vida que tantas y tantas mareas cuidó que el aire no le faltara.

Justo en eso llegaron Clemente y Cayetano a la orilla y se dieron cuenta de todo lo que estaba pasando.

Clemente, vas a tener que decirle tú a Socorrito

Clemente con lágrimas en los ojos no podía ni hablar, pensó en sus nietos, en su hija, con todas sus fuerzas deseo ser él, el muerto y no su yerno, al que quería como si fuera su propio hijo.

-Tenemos que hablar por radio a Tortugas, a la cooperativa, no podemos mover a Lucio y necesitamos que vengan los directivos y el doctor.

-Sí, pero antes de hablar hay que decirle a Socorro, no podemos dejar que se entere de otra manera

-Yo voy a decirle- dijo Clemente ...

A la mañana siguiente del entierro de Lucio, los 51 socios y otros tantos extras y empleados, con la mayoría de las esposas e hijos de estos, se reunieron a hacerle una misa a Lucio, a la orilla de la playa, todos sus familiares y amigos sentados en la arena mientras el sacerdote decía palabras de aliento a su viuda e hijos. La temporada de abulón había terminado, pronto regresarían a trabajar caracol o sargazo, los buzos, sabían que el mar había cobrado su cuota, todos sabían que alguien tenía que ser el siguiente, tarde o temprano, tal vez en otras generaciones, tal vez un langostero, buzo, bombero o cabo de vida, pero el mar siempre cobra alguna vida más. Por lo pronto no había más remedio que olvidar la tragedia y reponerse para seguir trabajando, todos los días.

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