Mitos, cuentos y leyendas de sudcalifornia: EL LEÓN DE LA CAÑADA DE GUATAMOTE
Los rancheros que habitan en la zona de la Sierra de la Giganta de nuestra querida península, suelen tener que enfrentarse a la fauna silvestre de la zona, en especial cuando corre riesgo su ganado, que de por sí tiene que luchar contra el hambre y la sequía. Uno de estos animales salvajes es el llamado Puma Americano (Puma concolor), nativo de las montañas, que se conoce en Baja California Sur con el nombre de león.
Don Ramón es uno de estos rancheros que día a día se enfrentan a las peripecias de la vida en la Sierra, y entre uno de los acontecimientos que platica, se encuentra un evento muy singular que a la fecha todavía no explica, y que no puede borrar de su memoria… aquella vez que salió al campo a buscar a sus perros y presenció algo que le puso la piel de gallina y le dio el susto de vida. Todos estos acontecimientos ocurrieron en la zona de la Cañada de Guatamote o Hautamote, BCS.
Don Ramón tenía tres perros, el más viejo de estos se llamaba El Duque, su fiel compañero al momento de vigilar las bestias y mantenerlas libres de todo peligro. Un día, Ramón notó a su Duque muy alborotado… recientemente habían estado notando las huellas que dejaba un león adulto, macho, rondando por los corrales, así que se imaginó que era lo que el perro acechaba y se puso a inspeccionar por los alrededores pero no dio con el felino.
Una buena mañana, alrededor de las siete, mientras tomaba un café su compadre Simón y platicaban sobre la sequía que les quitaba a sus reses y chivas, escucharon un bramido desgarrador proveniente del área de las vaquillas, seguido de los ladridos ansiosos e intensos de los perros que corrieron hacia la zona inmediatamente… después, se escuchó un bufido: era el león. Simón y Ramón corrieron a la casa por sus fusiles Winchester 30-30 y fueron al corral, pero el león y los canes ya se habían movido, y se veían corriendo hacia el monte en una persecución acalorada. Don Ramón le pidió la bestia a su comadre y agarró camino detrás de los animales. Después de horas y horas de búsqueda, agotado y sin frutos, volvió a casa, donde su mujer y su amigo lo esperaban preocupados, pues pensaron que el león se lo había comido.
—Los perdí, compadre, pero los perros han de seguir correteando al león…
“Si es que todavía no me los pata”, pensó para sus adentros el ranchero.
Pasaron los días y ni él ni los amigos que lo visitaban podían dar cuenta da los animales, ni siquiera del Duque, así que se rindió en su búsqueda y retomó sus actividades normales, pensando en conseguir más guardianes perrunos pronto, aunque nada que pudiera reemplazar a sus antiguos compañeros.
Un par de meses después, don Ramón preparó su caballo para ir a perseguir a unas vacas que se habían quedado atoradas en lo alto de la sierra, y preparó su arma, por si las moscas. Después de unas dos horas de caminata en subida, sin querer dio con sus perros, aunque hubiera preferido darlos por perdidos para siempre. En una tétrica escena digna de película de terror, observó en lo alto de un palo blanco al león, mirando hacia abajo, y a los tres perros asechándolo, de pie, con las fauces bien plantadas y los ojos bien abiertos, vigilantes hacia su presa…pero todos estaban muertos.
Dudando de sus propios ojos y sin comprender de causas ni formas, don Ramón vio a estos cuatro animales muertos, definitivamente muertos, pero conservando una postura propia de los vivos, como si alguien los hubiera disecado y acomodado en esa posición, en un acecho eterno y misterioso que el ranchero jamás se pudo explicar. Nunca retomó el valor para volver a buscarlos.