Mitos, cuentos y leyendas Sudcalifornias: EL TELEGRAFISTA Y EL FANTASMA
Un tenebroso caso ocurrió en el pequeño pueblo de Santa Rosalía, cerca de los años 30´s, cuando llegó al puerto un joven que por primera vez visitaba el lugar, descendiendo de aquel conocido buque llamado KORRIGAN III —al mando del capitán Salvador Meza, proveniente del puerto de Guaymas, Sonora. Este joven que venía comisionado de México, D.F. para cubrir la plaza de telegrafista, nunca se imaginó que su vida iba dar un giro de 180 grados, que quedaría marcado para siempre.
Una vez que investigó sobre el lugar donde se hallaba el edificio de administración, de la Secretaría de Radio Comunicaciones y Telégrafos, se presentó ante el administrador para mostrarle los documentos de transferencia para cubrir la plaza de telegrafista, recibiendo felicitaciones de inmediato; el joven fue presentado con sus compañeros, quienes no esperaron en darle la bienvenida con un merecido brindis, lo cual dejó sorprendido al recién llegado, ya que no se esperaba tan amena bienvenida y aun mas, la decisión de sus nuevos compañeros de entregarle la guardia de fin de año.
No pasó mucho tiempo cuando dos de sus colegas lo llevaron al lugar donde desempeñaría su función de telegrafista, antes pasaron a comprar una botella de licor. En el camino, uno de sus compañeros le comentó que muchos se negaban a cubrir tal guardia; esto llenó de curiosidad al nuevo telegrafista, los compañeros siguieron contando; le dijeron que era un zona que quedaba en un lugar muy alto, y que la estación se encontraba hasta la cima de la colonia en una cabina que tenía por un lado una torre, de seis por veinte metros de altura, la cual se encontraba rodeada de tumbas y fuertes vientos, un lugar muy solitario en el que solo se escuchaba el silbido del aire y el golpeteo de los cables.
Aun sonando algo tenebroso este lugar, el joven recién llegado solo le quedó aceptar y cumplir órdenes, así eran estos trabajos, como los soldados.
Pasando unos minutos de esto, llegaron al lugar y rápidamente se bajaron del auto para evitar el fuerte viento que azota las puertas del carro, entraron a la oficina y tomaron asiento para brindar nuevamente, después de una corta conversación los dos empleados se despiden y se van de la oficina, dejándole al nuevo compañero una buena parte de la botella de licor, para eso del frío.
El joven empleado empieza a limpiar y acomodar el lugar para sentirse más cómodo, echando un vistazo de vez en cuando hacia la ventana de donde solo se apreciaban las frías tumbas del rededor. Cuando terminó de acomodar, y se dispuso a servirse una copa de licor, escuchó unos pasos que se acercaban a la estación y luego se detenían; luego, escuchó que tocaron la puerta, y el hombre temeroso preguntó ¿Quién es? a lo que respondieron con voz tétrica “Soy un amigo que lo quiere felicitar”, pues, algo espantado el joven pero creyendo que no tenía otra opción, abrió. Frente a él apareció una persona un poco pálida, pero vestida muy elegante, con un traje negro y corbata, además de un sombrero. Y sin saber qué decir, el joven le invitó a pasar. El extraño sujeto se presentó como Arturo Ojeda, le comentó que vivía sobre la calle 5, con su familia; el caballero también le comentó que su padre se llamaba José Ojeda, su madre Rosario y sus hermanos Chuy, Ana, Matías y Miguel y que ese día cumplía un año de muerto un familiar y con el pretexto de que se le olvido la fecha, es que fue hasta esa hora para que no pasara el día sin dejarle una corona, pero que la iniciar su partida vio una luz encendida en la estación y le ganó la curiosidad por ir y saludar, ya que era Año Nuevo. Después de escuchar tan creíble charla, el joven le invitó a su nuevo conocido una copa, y así siguieron la conversación... entre plática y plática, el joven le contó cómo llegó este a aquella estación, también le habló sobre su prometida, a quien había dejado. Así pasaron las horas entre copa y copa, y sin darse cuenta cuando se quedó dormido, este joven despertó sobre una tumba, dicen que no le dio tanta importancia, sólo le quedaba la resaca y una extraña sensación; sin embargo se levantó y siguió con su rutina de prisa para hacer su reporte y retirarse del lugar.
Al llegar a la administración es felicitado por su jefe y personal a quienes les contó cómo había pasado su primera noche. Sin pasar más tiempo uno de sus compañeros le preguntó que si cómo se llamaba aquella persona con la que había platicado, el joven contestó; y cuando todos escucharon la respuesta todos se pusieron pálidos, pues dicho señor había muerto un par de meses atrás.
El joven primero sonrió burlonamente, pero después que mira los rostros serios de los compañeros, empezó a sentir un escalofrío.
El telegrafista decidió visitar a la familia del presunto fallecido, se entrevistó con la señora Rosario quien al saber la historia soltó en llanto y confirmó lo dicho por aquellos colegas, agregando que su hijo era muy deportista y murió de una neumonía fulminante; además le mostró fotos, una vez que el joven reconoció al hombre aquel, empezó a sudar frio y desfalleció.
De inmediato lo trasladaron al hospital del Boleo de aquella época, bien atendido por el Dr. Miguel Quebedo, pero el joven no respondía a tratamiento alguno, en unos días los familiares del joven llegaron avisados por la compañía de telégrafos, y al ver la gravedad de la situación lo llevaron en cuanto pudieron al Distrito Federal.
No pasó mucho tiempo sin que llegara la noticia, de que aquel joven telegrafista, entusiasmado por llegar al pueblo de Santa Rosalía con una nueva plaza, falleció debido a la experiencia traumática que vivió; unos dicen que murió de espanto, otros murmuraban en las calles que se lo llevó el difunto Arturo Ojeda.
Solo él sabe lo que sintió, pero cuentan que esta historia es verídica.