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UNA CABALGATA CHOYERA

Escrito por Maricela Chávez Gámez en Martes, 18 Noviembre 2014. Publicado en Anécdota, Aventura

El día comenzó muy temprano. Nos levantamos a las cinco de la mañana y en cosa de una hora ya estábamos mi viejo y yo, listos y ataviados con el infalible levys, botines y tejana; nos íbamos de cabalgata.

El arranque fue revisar y preparar nuestras monturas, luego darles sus buenas cepilladas al Cuitol y al Mitotero para las siguientes horas de prometedor y asoleado paseo que compartiríamos con otros jinetes hacia Todos Santos. Sin duda un gran día. Era cosa de subir los animales al carromato para trasladarnos al punto de partida.

Para quien nunca se ha subido a un caballo, déjenme contarles que es una sensación espléndida y cautivadora que luego se convierte en un placer del que ya no quieres prescindir. Al principio nos dá un poco de miedo solo el acercarte a esos poderosos músculos y palpar de cerquita la fuerza de estos maravillosos animales. Cuando los acaricias no puedes dejar de percibir su belleza y su nobleza, claro, también su olor. Porque sólo los caballos huelen a caballo, no es lo mismo oler un chivo o un perro. Pero igual al principio te da algo de temor. Cuando montas por primera vez, no te quieres subir... luego no te quieres bajar... no te la crees cuando la enorme bestia, porque asi la vemos, enorme. Comienza a trotar y crees que no tardarás mucho en dar con tus huesos en el suelo. Pero cuando desmontas, sientes que todavía traes el caballo atravesado. Sin albur... te duele todo el "hueserío" y tienes la certeza de que al día siguiente no te podrás mover, cosa que casi siempre es verdad, pero de todos modos será algo que no vas a olvidar, una sensación no comparable con ninguna otra.

Todas la gente de "a caballo" hablan un mismo idioma, se entienden... hasta cierto punto se hermanan gracias a estos animales. Al arranque calculé unos 80 jinetes, sobre el camino se agregarían otros grupos y el contingente tal vez llegó a unos 150 cabalgaduras, todo un grupo enlazado por el placer de estar trepado en un rocín. Tejanas, botas, pañuelos al cuello, chaparreras, armas (especie de protector de las piernas muy sudcaliforniano), espuelas, cuartas, lazos, alforjas y una polvareda de la fregada  se convierten en lo cotidiano, la verborrea y las risas de las gentes, el "Eeepp" como saludo simplón y sincero, algunas tazas de café,  todo ello matiza el ambiente y el grupo está listo para montar. Ya se había hecho tarde, eran casi las 8 de la mañana y estábamos haciéndonos "bolas" en el lugar de la cita… aproximadamente unos 35 kmts antes de nuestro destino.

Al arranque se hacen pequeños y desorganizados grupitos pero todos hacia el mismo rumbo. Adelante los vehículos de apoyo asistiendo a los jinetes sobre el camino... al final viene el transporte con personal veterinario de la universidad, empezaba la cabalgata y quedaban unas 4 o 5 horas de sol y parloteo.

Fue muy curioso reconocer algunas particularidades; por un lado; el asunto de los caballos puede tomarse de diferentes maneras. Vimos monturas espléndidas, arreos de gran calidad y jinetes orgullosos de presumir animales de gran belleza; por otro lado y más pintoresco; el grupo de animales de trabajo, los verdaderos vaqueros, animales criollos sin "sangre azul" pero también orgullosos participantes en la caminata tradicional con sus dueños que sin mucha "crema en sus chilaquiles" dejaban ver su dominio y gran destreza ecuestre, pero en esta mañana, todos compartíamos el mismo entusiasmo. El solazo ni se sentía.

Las horas pasan rápido siempre que estás contento y aunque se hicieron dos pequeños descansos, más para los hombres que por los animales, de pronto estábamos entrando a Todos Santos y ya la recepción estaba bien amenizada con una banda y gentes del pueblo recibiendo al contingente que se abría paso con la bandera nacional y un estandarte de la Virgen María. Todo el camino hacia la iglesia estuvo lleno de algarabía y contento; música y risas, gente tomando fotografías a los jinetes y muchos aplausos a la pasada... los caballos entienden que la fiesta está empezando y no faltaron los caballos bailadores al ritmo de la banda entonando el sinaloense, en verdad que daba gusto verlos disfrutar ese momento, valía la pena el cansancio; el pueblo se contagió de alegría pegajosa. Luego de un recorrido por la plaza nos dirigimos a un arbolado solar donde también nos esperaba el agasajo para los jinetes y gentes del pueblo, la mesa puesta, barbacoa riquísima, cerveza fría, música norteña y por supuesto servicios para atender a los animales sudorosos y fatigados. Para cuando desmontamos ya habíamos hecho nuevos amigos, habíamos compartido la experiencia con gente de la Sierra, con rancheros sudcalifornianos, con desconocidos de la ciudad pero todos con un factor común: el gusto por los caballos.

Regresamos al atardecer absolutamente cansados, con las nalgas molidas, llenos de polvo, asoleados y con los muslos entumidos, pero felices y apuntados para la siguiente. Ahora, a bañar caballos, darles sus pasturas y a descansar... nosotros... nos dispusimos a recuperar las anécdotas del día ¡un día feliz e inolvidable! 

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