Heródoto a través de Kapuscinski
La aventura no empieza con la primera página del libro que se inicia; empieza realmente cuando ponemos un pie en la librería, y en el peor de los casos, cuando intentamos encontrar un título que valga la pena, en una de esas grandes tiendas departamentales que se han asentado en estos alejados territorios. Abundan las obras vampíricas; de los templarios; del santo grial, del santo sudario; de capos y policías; de erotismo ramplón; de la corrupción como herida profunda de la república; del chiquero en el que se baten la mayoría de los políticos; y de desabridas historias de amor. Hay que apelar a paciencia de santo para recorrer las góndolas para dar con un libro que cubra nuestras expectativas, y cuando se trata de comprar en esos almacenes transnacionales, es preciso bucear entre tanta literatura chatarra y dar milagrosamente con el preciado botín de un buen libro.
Esta semana buscaba un libro para obsequio; un gran amigo cumplía 59 años y era la ocasión para hacerle llegar un buen título. Un libro con abundantes fotografías del líder de la revolución cubana, desde que éste tenía apenas un año y ocho meses de edad, pero la que más me llamó la atención, fue aquélla donde aparece un vagón de tren con la leyenda “Ángel Castro e hijos” en alusión al papá del dirigente revolucionario, cuyo transporte era de su propiedad y era utilizado para moverse del lugar donde vivían hacia las plantaciones de caña de azúcar. Curiosa foto, habida cuenta la homonimia entre el papá de Fidel y el padre de mi amigo. El caso es que salí con el libro para mi amigo, y se me pegaron tres para mí.
Esta noche acabo de terminar el segundo; el primero se llama “El cerebro de mi hermano” de Rafael Pérez Gay, en el cual refiere el calvario que sufrió su hermano José María, y que finalmente acabó con su vida. Un libro que si bien es cierto aborda las vicisitudes del intelectual mexicano y de su familia, también hace un recorrido de su relación fraterna –a veces accidentada- pero con un elemento unificador: la literatura.
Este segundo libro lleva por título “Viajes con Heródoto” del polaco Ryszard Kapuscinski, en el que se relata el periplo del autor por Asia y África como corresponsal de un periódico y de una agencia de noticias de su país; trabajo al que le dedicó más de 20 años de su vida, hasta el año de 1981. En su primera encomienda y su primera salida de Polonia, la jefa de redacción le obsequió el libro “Historia” de Heródoto, escrito hace casi dos mil quinientos años, asumiendo que la fecha probable del nacimiento del autor, fue el año 485 antes de nuestra era. Kapuscinski, en tanto va relatando sus viajes como corresponsal de prensa, nos lleva de la mano con la lectura que va realizando del libro del historiador o proto-reportero Heródoto, considerado por muchos como el Padre de la Historia. Heródoto, a través de la disección que hace de él, Kapuscinski, nos ubica en los tiempos de la Grecia floreciente, y del poderío de Persia. La expansión de este imperio; sus éxitos y fracasos de conquista, y su ocaso. El mundo hasta entonces conocido, como lo que hoy se denomina como Medio Oriente; algunas regiones al norte de Macedonia; el norte de África, y escasamente hacia el occidente de Grecia. En la cosmovisión de aquellos hombres no se vislumbraba nada más al norte de los Escitas, ni China, ni Europa occidental, ni el centro y sur del continente negro, menos América. Heródoto fue un viajero incansable y testigo de muchos sucesos; conocedor también de muchos personajes, y cuidadoso de la objetividad de sus relatos. Cuando otras voces le alimentaban de información, siempre advertía: “es lo que se dice”, “es lo que me narraron”, “es lo que cuentan”, “me cuesta trabajo creer que así fue, pero así lo dijeron”, “esto es lo que yo vi”.
Kapuscinski, entre otros galardones, en el 2003 se hizo acreedor al Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, y la obra en comento, fue editada por Anagrama, México, 2014, 308 páginas.
Dejé para el final, una de las motivaciones que llevó a Heródoto a escribir su libro “Historia” y que por cierto esta palabra en su época hacía referencia a la investigación. De su trabajo dijo: “…para impedir que el tiempo borre la memoria de la historia de la humanidad”. Escrito ni más ni menos que hace 25 siglos.